La producción bovina en el trópico basa su alimentación en forraje; el cual tiene una gran producción de biomasa en época de lluvias (Palma, 2006; Correa et al., 2009). Sin embargo, su calidad nutricional disminuye considerablemente en la época de seca, ya que su contenido de carbohidratos solubles es bajo, su contenido de carbohidratos estructurales hasta 68.91% (Ortega-Aguirre et al., 2015), proteína cruda menor a 7% y digestibilidades menores a 55% (Cuartas et al., 2013) por su alto contenido de pared celular (Cabrera et al., 2000; Rojo et al., 2004). En México, las zonas tropicales se clasifican en trópico seco y trópico húmedo; estas se constituyen por 24 y 32 millones de hectáreas respectivamente, de las cuales 24 millones se utilizan en la ganadería, lo que equivale a 12% de la superficie del país (Cano et al., 2003). El inventario nacional de bovinos es de 34¿820,271 cabezas, de las cuales 67.2% se encuentran en el trópico (SIAP, 2018).